E asssim
os dias vão passando
acho que cada vez
mais rápido.
Eu sigo sua marcha
ca
ta
to
ni
ca
mente
otimista.
E asssim
os dias vão passando
acho que cada vez
mais rápido.
Eu sigo sua marcha
ca
ta
to
ni
ca
mente
otimista.
Hoje morreu a mãe de uma amiga. Uma morte anunciada, morte demorada, dois anos talvez, talvez mais. Minha memória nunca foi muita boa para as datas e, à medida que passa, o tempo se torna cada vez mais relativo. De qualquer forma, dois anos dão pra muito. Esperar, temer, desacreditar, esquecer, se surpreender.
Pensei: a morte é uma boa forma de começar. É a chance de se esvaziar, de dar espaço para o inesperado e o infinito. E depois pensei: cuidado! Tem que esvaziar mesmo, até a última gota, por dentro ou por fora, ou os dois, antes, durante ou depois, não importa. O que importa é secar tudo e secar totalmente. Talvez morrer um pouco também.
Porque senão, e falo com propriedade, a gente fica metido nessa fog gosmenta que não se condensa nem se precipita, simplesmente se espalha. engolindo vontades, casas, paisagens, países inteiros.
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(Imagem: tornado de Madrid, autor desconhecido, publicada em La Ilustración Católica del 25 de mayo de 1886)
La calle era estrecha y sinuosa, el suelo aun mojado por las mangueras de los barrenderos, que a cada mañana intentaban, en vano, apagar el rastros de los turistas. El sol, que brillaba soberano en todas partes, no osaba bajar a aquellos rincones. A cada costado, se erguía una fila de edificios grises y inclinados, que se apoyaban unos a los otros como ancianos muy cansados, impidiendo el pasaje de la luz.
De la mano de su padre, la niña no entendía que hacían en un rincón tan lúgubre. Hacía no más que unos minutos y un par de manzanas, la vida era todo color y alegría. El sol brillaba sin pegas, escurriendo con gracia por entre las hojas de los plataneros. Las gentes eran un espectáculo a parte, de todas las formas y tamaños, pelos, pieles, risas y hablas tan distintas que uno jamás se aburría. Coches subían y bajaban, camareros deslizaban entre ellos como hábiles bailarines, sin que sus bandejas siquiera temblasen.
Al inicio todo aquel follón le había dado un poco de miedo, pero luego se dio cuenta de que era aquello que había venido a ver cuando se subió al tren de cercanías aquella mañana de sábado. Era un día especial, eso estaba claro. A cada sábado, su padre la llevaba de paseo, mientras la madre se iba a la pelu o a desayunar con las amigas. Alguna vez iban incluso a caminar por la montaña con otros padres y niños. Pero era la primera vez que se montaban en tren, los dos solitos, para descubrir un mundo nuevo. Y como se no bastara, su padre le había dicho de camino: “no te lo vas a creer”.
Y realmente no lo creía. No creía que, con todo aquello pasando a tan solo un par de manzanas, tenía que perder el tiempo con una callecita tan desangelada. El padre tiraba de ella, que caminaba cada vez más lentamente. Un hombre delgado de pelo raro en una bici que le iba demasiado pequeña pasó a toda pastilla a medio centímetro de ella. El susto hizo con que se espabilase, pero no le mejoró el humor. Caminaba más rápido, pegadita al padre, con la cabeza baja, rezando para lo que fuera que estuviesen haciendo acabara pronto.
Fue allí que lo vio. En vez del suelo gris, mojado y mugriento, tenía delante de si un tablero de damas. Los cuadros negros eran brillantes y los blancos, más bien dorados. Un muñeco con una gran cabeza calva y camisa de rayas apoyaba la mano en la pared, para que no se inclinara hacia delante como sus compañeras de calle. Su padre le animó a dar un paso adelante, pero aún no estaba lista. Había tanto que entender antes de pisar aquel misterioso territorio…
Por ejemplo, qué hacía aquella A roja inmensa colgaba sobre las cabezas de los visitantes? Y los escaparates? Estaba claro que aquello era una tienda, un comercio o algo por el estilo, pero en los escaparates no había juguetes, ni zapatos, ni lencería de señoras… ni mismo una longaniza o una pata de jamón. El género de eses excéntricos comerciantes estaba compuesto de cabezas sin cuerpo, bicicletas de una sola rueda, dientes que salían de bocas muy rojas que no pertenecían a ninguna cara, malabares, espejos, pelotitas pequeñas, otras gigantes y así por delante y más allá, hasta el punto en que la niña, mareada, dejó de mirar. Respiró hondo y mirando arriba hacia el padre, dijo: vamos.
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Hasta que, con las mejillas en fuego y el corazón saltando, dio con una gran cabeza en papel maché. La pieza, abandonada en el suelo, casi la alcanzaba en altura. Tenía los mismos rasgos marcados de sus compañeros del escaparate, el aspecto expectante, las cejas arqueadas, los ojos saltones. Pero mirándole así tan de cerca, la niña vio algo más. Aquella cabeza de papel maché estaba viva y, sin mover la boca o emitir un sonido siquiera, podía contarle cosas.
Se pasaron minutos, quizás horas – o serían días? La niña y la cabeza detuvieron el tiempo, le dieron la vuelta, y todas las almas presentes, animadas o no, esperaran respetuosas. La niña, ya no más mareada, ya no más excitada, se entregaba entera al silencioso relato, viajando con él. Por sus ojos pasaron coches de caballos, desfiles callejeros, bufones y señoritas con faldas muy largas y sombrillas pequeñinas. Escuchó gritos de alegría y también bombas y llanto. Se dejó llevar por las décadas hasta que escuchó la voz de su padre. Era hora de ir.
No hubo rabietas ni quejidos. La niña recogió su bolsita de recuerdos coloridos, agradeció educadamente a la señora morena, tomó la mano de su papá y salió en silencio. Solo miró hacia atrás después de alejarse un par de metros. Fue allí que se dio cuenta de un cartel colgado en la fachada donde se leía: “El Ingenio liquida per jubilació”.
El ícono
No es lo de estar muerta lo que me flipa. Lo que sí me flipa es lo de estar muerta aun estando tan jodidamente viva. Es cierto que es otra forma de estar viva. Ya no soy la misma, está claro. No actúo como antes, no sirvo para lo mismo, ya no soy relevante. Sin embargo, nunca estuve tan presente. Mi imagen no sólo se estampa en los más variados productos, de camisetas a fundas para móviles, sino que además la ostenta la creme de la creme de la modernidad.
Bueno, la modernidad de ahora, que de eso de modernidad ya lleva más de cinco siglos en boga y va siempre cambiando. En fin, me refiero a esos tipos que llevan barbas de Neanderthal y gafas de pasta. Los que usan sombreros raros y pantalones que parecen robados a un hermano más pequeño, con los calcetines a muestra. Eses que parecen aburrirse mortalmente incluso cuando están haciendo cosas que supuestamente les molan. Pues, esa gente aparentemente está loquita por mi.
Es raro. Si algún día hubiese sido capaz de imaginar la surreal situación en que me encuentro, mi séquito de admiradores se vería muy distinto. Llevarían unas camisetas negras, seguro, unos pelos largos e pegajosos… quizás incluso camisas de cuadros o algún vestido sadomaso de esos que usan las lolitas enganchadas a los manga. Serían rarillos, claro que sí. Pero no ese tipo de rarillo.
Para empezar nada de aburrimiento, todo lo contrario. Excitación a tope, enamoramiento absoluto, romanticismo sin límites y, sobretodo, ni una pizca de miedo al ridículo.
According to a study, middle-aged men who used to take non-steroidal anti-inflammatory drugs (NSAIDs) were more likely to have erection issues than those who consume less than 240mg/dl or those who don’t like taking tablets for ED. india viagra generic It follows all processes of the cheap viagra to a whopping 58 pounds million in 2006. The big drug companies claim that any relief felt from the application of a homeopathic medicine can be attributed to a number of reasons and stress and anxiety is one of the best natural ways view for source cialis 5mg tadalafil to treat erectile dysfunction. When learningworksca.org viagra 100 mg a man begins to have an erectile dysfunction, it implies that he is passing through some trouble in having an erection. Sé de lo que hablo. Pasé toda mi vida viva en compañía de tipos así, encerrada con ellos en sus habitaciones, las paredes cubiertas de posters, el suelo de carátulas, el peso de los decibelios llenando el aire, un bajo potente obligando el corazón a seguir su compaso. Yo me entregaba sin reservas, y me llenaban su pasión juvenil, los devaneos de rebeldía, los gustos de sibaritas y las impensables perversiones. Aquello era amor, puro y duro, y no solo eso, sino que además profundo, reflexionado y perfectamente estructurado.
La práctica variaba según la tribu y la ocasión. A veces duraba 45 minutos, a veces 60, incluso podía llegar a los 120, aunque, si soy sincera, tendré que admitir que eses casos eran raros y solían ocasionar dificultades técnicas. No sé que me pasaba, un hipo, un regurgitar, yo que sé, por alguna razón me enrollaba y la cosa toda acababa yendo al garete. Y solo quedaba la opción de volver a empezar, quizás ahora con un plan más modesto, pero siempre con el mismo método.
Si, porque el método lo era todo. Para empezar, era necesario un criterio. Nada de definir las cosas al azar. Había que crear una atmósfera fluida y consistente, en la cual navegar. Daba igual si la propuesta podía ser seducir, exorcizar demonios o tomarle el pelo a alguien. Las cosas tenían que encajar, un sonido en fade seguido de un riff ensordecedor, una de Marvin Gaye, otra de Chris Isaak, una para a taquicardia, otra para la recuperación, y así seguíamos tarde adentro.
Lo guardaba todo dentro de mí, memorizando cada nota y cada tono para repetirlo sin dudar siempre que me lo pidiesen. Después, aun caliente por toda la acción, me dejaba dibujar y embellecer hasta que él o ella, con orgullo e cariño, me acomodaba en un nido personalizado, de donde solo volvería a salir para inspirar nuevos desvaríos.
Siempre supe que eso un día tendría que acabar. Ya había visto lo que pasó a los negros lustrosos del piso de abajo, sustituidos de la noche a la mañana por unos ridículos sucedáneos de plástico plateado. Estaba preparada para lo peor, pero nunca pensé que lo peor sería tan malo. Envidia cochina de los muertos de otrora. Aquellos si, sabían morirse, con toda pompa y circunstancia y sin que jamás alguien los hubiese llamado obsoletos.
Lo mas irónico de todo es que esa gente que me ha transformado en símbolo bidimensional y mudo, en triste simulacro de algo que ya fue y ya nunca más será son muchas veces los mismos que reproducen bajo los focos la misma labor que yo desempeñaba discreta entre cuatro paredes. Callaron mi voz, extrajeron mi alma y la enchufaron a una mesa de mezclas.